lunes, 18 de julio de 2016

Un artículo de Miguel Nieto en El Día (Revista de San Juan, 2016)

UN ARTÍCULO DE MIGUEL NIETO EN EL DÍA

            A principios del pasado siglo, Miguel Nieto intentaba abrirse camino en el mundo literario madrileño. “Tú que no desconoces mis luchas literarias en este Madrid, comprendes mejor que nadie el verdadero calvario que cuesta la confirmación de un nombre en el mundo artístico”, le escribía a su hermano Antonio en agosto de 1903. Unos meses después, aparece un artículo suyo en El Día, el primero que he localizado con su firma en ese periódico. Se titula “Tiros al blanco” y analiza en él un soneto de los Álvarez Quintero, que no salen bien parados. El 29 de febrero de 1904 descubrimos que el título no es de un artículo sino de una serie, pues vuelve a titular así el que dedica a un joven Juan Ramón Jiménez, del que sugiere que malemplea su talento en la escuela modernista, que Miguel Nieto conoce, entre otras cosas, por la “pléyade interesante de jóvenes sensitivos”, “de rostro nenúfar aceitunado”, “de barbas hirsutas y bigotes ralos, y de extraña y vetusta indumentaria” que se reúnen en el café que él frecuenta.
            El resto de los artículos de El Día que he podido encontrar tienen ya título específico, aunque algunos están dentro de la categoría de “Crónica”, “Cuento” o “Impresiones de viaje”. Me voy a detener en uno que, aunque no aparezca bajo el sello de “Cuento”, parece a todas luces serlo. Apareció el sábado 12 de noviembre de 1904. Su título es “Sacrificio” y, si no me equivoco, es una recreación de las fiestas de San Juan en las Navas del último cuarto del siglo XIX, que le sirven de marco para una truculenta historia de amor y muerte. Así comienza el cuento (respeto la ortografía original):

                La existencia monótona y patriarcal del pueblecito andaluz donde pasé mi infancia, se alteraba pocas veces al año; pero entonces, la vida despertaba pujante, y los gritos alegres y las canciones libres y las músicas morunas resonaban en sus fiestas tradicionales, como si la alegría hubiera dado impulso á aquellas naturalezas aplanadas por el trabajo.

            A la “difusa luz de la tarde, que terminaba”, tiene lugar el encierro de las reses que al día siguiente se lidiarían “en la plaza grande”. La descripción que hace del encierro tiene elementos interesantes:

            vieron desfilar la muchedumbre en frenética carrera, semejando legión de locos ó de condenados. La gritería era enloquecedora: llantos de niños, chillidos de mujeres, voces de hombres, carcajadas (…). La gente se parapetaba tras las esteras que obstruían las callejas transversales, enmudeciendo al tomar sus posesiones. Hubo un momento que el silencio fue general; pero cuando las reses traspasaron los primeros callejones, los curiosos formaron su retaguardia, prosiguiendo de nuevo la algarabía, hasta hacerse otra vez potente y atronadora.
           
            Imagino que así eran los encierros en nuestro pueblo hace más de un siglo, y así se esperaba para la lidia:

                La plaza grande del pueblo presentaba un aspecto desusado al siguiente día. Próximos á las paredes, veíanse toscos andamios donde la gente aguardaba paciente el comienzo de la lidia; en los balcones, las mozas con sus trajes humildes y abigarrados, eran la genuina representación de la hermosura enérgica y poderosa del país de la luz y de la alegría; las puertas hallábanse obstruídas con sencillas barreras hechas de pinos, y las cuatro bocacalles con altos antepechos, sobre los cuales se habían construído espaciosos tablados que amenazaban derrumbarse al peso de tantas personas que los ocupaban; alrededor del pilar de la fuente, los mozos tomaron posiciones, dispuestos á arrojarse al agua cuantas veces se vieran acosados, y por todos los ámbitos de la plaza corrían y se atropellaban jóvenes y viejos, mujeres y niños.

            Las reses son capeadas y recobran su libertad, salvo una:

            al dar muerte al toro, único que se sacrificaba, á tiros, según costumbre inveterada, el encargado de ello quedó inmóvil, juzgando certera su puntería, intervalo que aprovechó la res para llegar á él, en las ansias de su agonía y cornearlo horriblemente.
           
            La historia, he advertido, era truculenta. A nosotros nos interesan aquí esos aspectos que, el historiador dirá, se ajustan o no a la manera de desarrollarse los encierros y lidias de aquellas lejanas fiestas de San Juan.
           

            JUAN FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA


miércoles, 25 de mayo de 2016

El pan del banquete

 El pan del banquete, cuento a partir de un banquete en Navas en 1927, fue publicado en la revista Stella 2016

 

EL PAN DEL BANQUETE

            Como Juan José y Estrellica querían saludar a los hermanos Nieto, lo han dejado solo al cuidado del despacho de pan. La ausencia de clientes en ese momento y la curiosidad de sus doce años lo llevan a entreabrir la cortina y asomarse a la calle. Aunque todavía es pronto, algunos invitados se dirigen ya a la cercana casa de don Abilio Sanz, en cuyo patio tendrá lugar el banquete que homenajea a don Miguel y don Antonio, dos hermanos que vivieron en el pueblo antes de que él naciera y de los que ha oído hablar mucho. Ambos ganaron en 1911 las oposiciones al Cuerpo de Vigilancia, y el primero es una pluma consagrada que dirige la parte literaria de Radio Barcelona. El mundo está cambiando muy deprisa, aunque al pueblo sólo llegan los ecos de ese adelanto. La radio es un invento que apenas lleva tres años funcionando en España, y que permite oír la música o las palabras emitidas desde una estación situada en Madrid o en Barcelona. Lindbergh acaba de ganar veinticinco mil dólares por volar en su Spirit of St. Louis desde Nueva York a las cercanías de París y se habla de un invento que permitiría ver lo que está ocurriendo en un lugar distante, llamado televisión.

            El alcalde y el prior pasan intercambiando impresiones:

         ―Sí, don Francisco, sí. El ayuntamiento quiere colaborar con el proyecto de Alfonso XIII de la Ciudad Universitaria. Ya hemos acordado encabezar una suscripción dando cincuenta pesetas.

―Lo sé, me lo dijo don Mateo. Él personalmente ha dado 100. En cuanto al banquete  ―dice el prior tras una pausa ―, creo que sería buena idea dedicarles una calle a los hermanos Nieto, como se ha hecho con Ramón y Cajal. Podría ser la misma donde vivieron.

―Me parece bien. Y también que los nombráramos hijos adoptivos.

           

            Se ha sentado en una silla tras la cortina. El cansancio se echa sobre él de repente, como una ola formada a sus espaldas desde que se levantara de noche para ayudar a hacer pan en una jornada especial debido al banquete-homenaje a los hermanos Nieto. En duermevela, le llegan desde la calle jirones de conversaciones de gente que pasa.

            ―Cuando don Miguel se fue a Madrid a hacerse un nombre literario, fue cronista del periódico El Día. Guardo algunos recortes de sus crónicas y cuentos: Lance de amorSacrificio, donde recrea las fiestas de San Juan…

            ―Yo tengo un ejemplar de su Historia del pueblo.

            ―Lo escribió en esa época, sí. Siempre ha amado las Navas. En ese periódico que te digo publicó un artículo titulado Navidad donde evoca la iglesia y las calles nevadas…

            ―También hizo a la Prensa un llamamiento para que ayudaran a los huérfanos del capitán Bonet…

            ―Hola, don Miguel. Hablábamos de su etapa en El Día y acabo de recordar que ocurrió algo con un cuento suyo que presentó a un concurso… ¿no?

            ―¡Ah, los sinsabores del mundillo literario…! Hace tanto de eso… Lo que pasó fue que presenté un cuento a un premio literario convocado por otro periódico, El Liberal. El cuento se titulaba La canción del poeta, y no estaba del todo mal. Salió publicado en El Día, junto al acta del duelo de don Rodrigo Soriano con, ¿adivinan?, el mismísimo don Miguel Primo de Rivera, lo que son las cosas. Pero el jurado, en el que recuerdo que figuraba Blasco Ibáñez, era insuficiente para el número de trabajos presentados (más de novecientos). Sospecho que no llegaron a leerse ni mi cuento ni el de otros escritores como Manuel Lagos o Jorge Sanz. Sí el de Valle-Inclán, que fue premiado. Por eso unos cuantos publicamos un libro con nuestros textos… ―hay un silencio dubitativo, que don Miguel resuelve añadiendo―: que fue, por cierto, muy criticado por un tal Andrés González-Blanco, que nos llamó autorzuelos. Ya digo, el mundillo literario de entonces y de siempre… Pero debo dejarlos, ahora nos vemos en la comida.

―Si hubiera sido un autorzuelo ―continúa una de las voces mientras se oyen alejándose los pasos apresurados de don Miguel― no hubiera luego escrito aquel entremés tan sabroso con José Aguado titulado Al aire libre, y que estrenó en el Teatro Tívoli de Barcelona.

―O el sainete Los castizos.

―Sabe mucho de teatro. Este año ha hablado en la radio de los hermanos Quintero y de Benavente.

―Algo le habrán influido aquellas gloriosas veladas teatrales que hacíamos de jóvenes.

 

            Entra Juan José a la panadería y el muchacho, quitándose delantal y gorra, se despide de él y se marcha trotando a su casa. Al pasar junto a la fuente de la Plaza de la Constitución, ante el ayuntamiento en obras, se encuentra con la figura enjuta de don Miguel, esta vez acompañado de su hermano, de Enrique García el de la tienda, de Luis Rojas y del prior.

―Sí ―va diciendo―, pertenezco al Comité artístico de emisiones, que preside Luis Soler. Se creó cuando la estación se trasladó el año pasado al Tibidabo. La radiotelefonía es una especie de universidad popular, pero interesa también al docto. Manuel Machado cantó sus versos en Radio Ibérica. En “Nuestros grandes poetas”, he hablado de Gabriel y Galán, de Bernardo López García, de Núñez de Arce, de Espronceda. Vicente Rafart recitaba sus poemas. En Radio Barcelona retransmitimos la ópera Carmen entera, con Fleta y Giuseppina Zinetti, así que ya veis lo que el invento da de sí.

―Parece que el teatro de los hermanos Quintero gusta mucho ― interviene el prior.

―Así es ―contesta don Miguel―, tiene mucha presencia en nuestra programación. ¿Y qué me dices de lo estupenda que es la radiotelefonía para los pequeños? Nosotros tenemos a Toresky, que se ha inventado un personaje llamado Miliu, que hace las delicias de los niños catalanes. Hace dos años dio la campanada con un concurso en el que leía dos partes de un cuento y los niños tenían que adivinar la tercera. El que más se acercara a la ideada por el autor, obtenía un juguete valorado en 25 pesetas. No es sólo él, tenemos mucha gente buena: la señorita Salús, la actriz Rosa Cotó, el actor Miret…

―Y los speakers… ―dice el prior acentuando con sorna el barbarismo―.

―Sí, la Academia de la Lengua quiere sustituir esa palabra por locutor, pero modestamente creo que se equivoca. El speaker sólo anuncia a los que intervienen en los programas radiofónicos, habla sólo lo necesario, y no es esa la idea que transmite el vocablo locutor.

― Se ha propuesto también hablador ―tira de la lengua el prior.

       ―Así se llamaba a los que explicaban las escenas en los comienzos de la cinematografía. Pero no, esta palabra tampoco define lo que hace el radio-anunciador. ¿Se le ocurre a usted alguna, don Francisco?

―Pues yo propondría relator, del latín relator. Tiene dos significados, uno de ellos “que relata o refiere alguna cosa”, y pienso que se le podría añadir el de este radio-anunciador del que hablamos.

  ―¿Verá usted a mi hermano Juan de Dios? ―cambia de tema Luis.

―Sí, será quien lea en la radio mi cuento Alma andaluza. Pero ya le avisaré, antes he de terminar un drama en el que adapto la novela Carmen, para un radioteatro.

            Y el muchacho encamina sus pasos a la calle del Risquillo, donde lo espera la comida.

 

            Pese al calor de la siesta, el muchacho ha salido a la calle y sus pasos curiosos lo han llevado a la puerta entreabierta de la casa de don Abilio. Se asoma con prudencia. Del patio llega una voz que recita:

        

                            Su recuerdo me alienta cuando desmayo;

                        para mis cobardías es sol de Mayo

 

            El muchacho se ha asustado al notar a sus espaldas a un hombre que le pide permiso para entrar. Es el fotógrafo, que pasa con sus aparejos y grita un inútil se puede ahogado por los aplausos que vienen del patio. Gracias a él, esos hombres nos miran detenidos en un instante de julio de 1927.

            Pero sus vidas continuaron en años inciertos. Miguel Nieto siguió participando en la radio barcelonesa. Debió de sentirse muy orgulloso cuando poco después les dedicaron una calle en el pueblo a los dos hermanos. En octubre de 1932 marchó a Zamora para tomar posesión del cargo de Inspector de Vigilancia de esa capital, lo que le obligó a dejar su puesto de director literario de Radio Barcelona. Pero el 23 de noviembre fue trasladado de nuevo a la capital catalana. La última referencia que he encontrado de su trabajo en la radio es de 1934, como director de un sainete radiado de Arniches titulado El último mono en el que intervenía Rosa Cotó y Carmen Illescas. Se jubiló en 1939 como inspector del Cuerpo de Investigación y Vigilancia. En febrero del 46 estrenó en el Teatro Victoria un sainete titulado Manolo Gracia, con música de Luis Gimeno. Lo último que sé de él es dudoso: en un artículo especializado alguien sospecha que estaba detrás del seudónimo Tirso, con que se hacía una crítica de la representación en Oviedo de una obra de Ruiz Iriarte en julio del 48.

            El proyecto de la Ciudad Universitaria continuaría en tiempos de la República, y gracias a un joven arquitecto y un filósofo jienense, García Morente, se inauguraría una moderna y legendaria Facultad de Filosofía y Letras en la que estudió uno de los niños asistentes al banquete.

            Y en cuanto al muchacho curioso de la panadería, tendría tres hijos después de la guerra, y uno de sus nietos, casi noventa años después, imaginaría en Lucena aquel jueves de julio de 1927.

Juan Fernando Valenzuela Magaña

 

 

 

 


                     


 

 

                                                        

jueves, 21 de abril de 2016

La palabra y la cosa en Cuadernos

En el número de abril de Cuadernos Hispanoamericanos puede leerse, a partir de la página 177, mi reseña sobre el libro de Hugo Abbati Dos conversan.
http://www.aecid.es/Centro-Documentacion/Documentos/Publicaciones%20AECID/CHA_790_ABRIL_2016.pdf


domingo, 7 de febrero de 2016

Reseña: Los jugadores, de Carlos Fortea, en Nocturna Ediciones


CARLOS FORTEA, LOS JUGADORES, EN NOCTURNA EDICIONES


            Todavía estamos viviendo el aniversario de la Gran Guerra. Entre el locuaz entusiasmo con el que cientos de miles de hombres partieron a ella en un ambiente festivo y el silencio sepulcral con el que regresaban los supervivientes, hay un horror nuevo e indescriptible. Sloterdijk ha destacado la importancia del 22 de abril de 1915, cuando en la batalla de Yprés el ejército alemán usó el gas clórico. La idea decisiva de la guerra en el siglo XX ya no es apuntar al cuerpo del enemigo, sino a su medio ambiente. Las cámaras de gas o la bomba atómica se hallaban ya in nuce en la acción mencionada.
            La novela de Carlos Fortea Los jugadores está ambientada en el momento en que la Primera Guerra Mundial ha terminado pero todo está por empezar. Es 1919 y las potencias se reúnen en París para acordar el tratado postbélico. El presidente estadounidense Wilson quiere ir más allá de una simple redefinición de fronteras o de cuestiones económicas: quiere un nuevo orden mundial que impida la repetición de lo ocurrido. Un orden basado en los contrapesos y en la complejidad, no en el descarnado poder. Quiere un mundo nuevo.
            Siempre que el marco cronológico de una novela es el pasado, tiene sentido preguntarse qué relación guarda con la historia. Si lo que se pretende es ilustrar un periodo histórico o unos acontecimientos pretéritos, estamos ante historia novelada y no propiamente ante novela (del mismo modo podemos argumentar respecto a la novelización de una teoría filosófica). Si Los jugadores es una novela es porque lo esencial en ella son las vidas de unos personajes, ficticios e históricos, en un momento abierto y cargado de consecuencias de la historia del siglo XX. Los personajes no son títeres al servicio de una tesis histórica, sino que se muestra cómo la historia incide en su existencia en una ciudad, París, marcada por la guerra y por su propio pasado.
            En un estilo ágil y con abundancia de diálogos, vamos sabiendo de la conocida periodista Laura Sastre, del enigmático Gabriel Cortázar, de un especulador español y la mujer que va con él, de los asesinatos que investiga el comisario Retier, de la misión del congresista norteamericano cercano al presidente Wilson, del luxemburgués que pretende que se fije un salario máximo o del infiltrado en la emigración rusa. Personajes a cuyos pensamientos, sentimientos, relaciones y acciones asistimos en un momento en el que decisiones que luego se mostraron erróneas todavía podían evitarse.


JUAN FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA