sábado, 25 de mayo de 2013

El Libro del Génesis

                                                                                                    
                                                                                 
  
El Libro del Génesis
Textos y pintura
Comentarios de José María Herrera
Editorial Edinexus

Whitehead dijo, y todo el mundo repitió luego (incluido yo ahora), que la filosofía occidental consiste en una serie de notas a pie de página de la filosofía de Platón. Menos conocida es la idea de George Steiner de que toda la literatura está habitada por la Biblia. Al margen de la idea que se tenga del mayor peso de la influencia griega o de la judeo-cristiana en nuestra cultura, nadie niega que la Biblia es, en cierto modo, el libro. Nos costaría encontrar, si la hay, una biblioteca que albergara todas las Biblias que en todas las lenguas y medios imaginables existen. Pero si en nuestra hiperbólica exigencia incluimos la bibliografía sobre este texto de textos, podemos ahorrarnos la búsqueda.
            Por todo lo dicho, un nuevo libro relacionado con la Biblia, como el que nos propone la editorial Edinexus, si bien cuenta con la importancia del texto base (el Génesis) se enfrenta inmediatamente a la objeción de la cantidad de páginas que ya hay impresas sobre el asunto. El sentido del libro tiene que venir, pues, dado por la adopción de una nueva perspectiva desde la que acceder a este primer libro de la Biblia. Esta novedad acaece debido a dos motivos: la concepción editorial y el autor, José María Herrera Pérez.
            En cuanto a la concepción de este libro, es sugerente y prometedora. Sugerente, porque se trata de comentar los capítulos del Génesis e ilustrarlos con obras maestras de la historia de la pintura, a su vez tenidas en cuenta en esos comentarios. Prometedora, porque abre la posibilidad de editar del mismo modo cuantos libros de la Biblia se consideren oportunos. Viendo la calidad de las reproducciones y de la edición en general, además de abrirse esa posibilidad, se abre el apetito y el libro deviene inicio de de lo que podría ser un proyecto.
            Darle contenido a esa concepción bien gestionada es el papel que asume José María Herrera, autor de la introducción, los comentarios y de la selección de pinturas. Y aquí este libro adquiere una poderosa razón de ser, porque nos encontramos con una profunda y original hasta lo sorprendente visión del Génesis, expuesta en la introducción y que sirve de guía en los comentarios. El autor se sitúa en un lugar a la vez distante de la racionalidad científica (representada en este asunto por el evolucionismo) y del creyente que no quiere ver la historia. Se piensa la Creación, no cosmológica, sino existencialmente, y entonces la reflexión empieza a degustar un jugoso sentido en el Génesis, que traicionaría si intentara desvelarlo en un par de líneas. Sólo adelantaré que asuntos como el trabajo, el dolor, la muerte, la perspectiva y, sobre todo, el tiempo, aparecen articulados en la interpretación del autor de un modo tan coherente como sugestivo.
            La elección de las pinturas es tan certera como variada, recorriendo la historia de la pintura desde la Edad Media hasta casi nuestros días. Imágenes conocidas y casi obligadas, como las de Miguel Ángel relativas a la Creación, se combinan con otras difíciles de olvidar una vez contempladas, como la del terrible cuadro de Hans Baldung Grien que aparece en la portada del libro, y con algunas menos conocidas como las tomadas del Salterio de San Luis, glosadas con el criterio de quien está familiarizado con los motivos y la historia del arte. En este apartado, hubiera sido acertado un índice de pinturas al final del libro.
            Releer de este modo el Génesis, recreado por pinturas bien reproducidas e inéditos comentarios, es una grata y excelente forma de volver a visitar la que, después de todo, siempre fue nuestra casa.
Juan Fernando Valenzuela Magaña

martes, 7 de mayo de 2013

Manuel García Morente

Artículo
Artículo aparecido en Diario Jaén el miércoles, 19 de diciembre de 2012, el mes en que se cumplían 70 años de la muerte de Manuel García Morente. Pulsa en él para ampliarlo.



MANUEL GARCÍA MORENTE

         Había nacido en Arjonilla en 1886. La mañana del día 7 de diciembre de 1942, hace ahora setenta años, moría en Madrid. Tenía en la mano la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino.
         Aquel lejano día de posguerra, en un salón del convento de la Asunción, en torno a ese hombre amortajado con su sotana, su figura, como rodeada de espejos, se iría multiplicando, igual y diferente, en la memoria de los amigos que lo rodeaban. Es probable que todos recordaran en ese momento de despedida dos momentos esenciales en la vida del difunto. Uno por ser símbolo y otro por ser comienzo de un camino que la muerte acababa de truncar recién nacido.      
El momento simbólico acaece en 1933 y lo constituye un crucero universitario por el Mediterráneo. Morente, su jefe de expedición, era por entonces decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Madrid. El 15 de enero de ese mismo año se había inaugurado su nuevo edificio en la Ciudad Universitaria. El edificio, fruto de la compenetración del arquitecto Aguirre y el decano, compartía con el crucero el mismo espíritu abierto y luminoso que vertebraba también el nuevo plan de estudios, diseñado por Morente. Ninguno de los participantes olvidaría ese viaje. Uno de ellos, Julián Marías, escribió en sus memorias: “Creo que nadie pudo olvidarlo nunca. Nuestras vidas se han nutrido en buena medida de aquella experiencia”. El crucero en el Ciudad de Cádiz supuso una convivencia durante cuarenta y cinco días de una parte significativa de los intelectuales de aquel momento y de los años posteriores, en un entorno enormemente estimulante para ellos. Estaba planteado como un viaje al origen de nuestra cultura, un contacto con ruinas y paisajes de las orillas del Mediterráneo donde empezó nuestra milenaria aventura. En el documentadísimo libro El sueño de una generación, de Josep Maria Fullola y Francisco García Alonso, se cuenta el contexto y el desarrollo del viaje, y en Notas de un viaje a Oriente, de Julián Marías, puede leerse su diario y correspondencia de aquel viaje. Isabel García Lorca expresó el motivo de la importancia que tuvo aquel crucero para muchos de sus participantes: “Era (…) la primera vez ante muchas cosas: el descubrimiento”. El Ciudad de Cádiz, en lo que constituye un símbolo, fue hundido en la guerra civil.         
El momento de radical transformación acontece pocos años después del crucero, en abril de 1937. Morente ha tenido que huir del Madrid de principios de la guerra porque su vida corre peligro. Lo han despojado del decanato, han asesinado a su yerno en Toledo, dejando a su hija viuda con veintidós años y dos hijos. Está en París, en un estado de extrema penuria, comiendo en casa de la viuda de un antiguo compañero de estudios muerto en la Gran Guerra y alojado en el piso de su amigo Ezequiel de Selgas, que, como correo secreto, se ausentaba días y noches enteros dejándolo solo. Al dolor se suma el remordimiento por haber dejado a su familia en España y su preocupación por sacarla de allí. Todas sus gestiones fracasan, también las que hace para encontrar trabajo. Su situación económica cambia al conseguir un encargo editorial, un diccionario francés-español y español-francés. Recibe entonces la oferta de la cátedra de Filosofía en la Universidad de Tucumán, en Argentina. Acepta, pero condiciona el viaje a la salida de España de su familia con el objeto de que lo acompañen. Esta salida se pone difícil y entonces, en la noche del 29 al 30 de abril, solo en el piso desde el que puede verse, en la lejanía, Montmartre y la luz de la torre Eiffel, Morente vive una conversión que le da un nuevo rumbo a su vida. Cuando uno toca fondo, se encuentra con Dios. Al día siguiente, resuelve hacerse sacerdote, pero mantiene la decisión en secreto. Sus hijas consiguen llegar a París y la familia emprende el viaje transoceánico. El testimonio de esa noche lo constituye una carta escrita tiempo después, en septiembre de 1940, al doctor José María García Lahiguera.
En Tucumán, con ese secreto todavía guardado en el corazón, imparte en 1937 un curso que queda recogido en un libro exitoso, Lecciones preliminares de filosofía, que nos permite entender la afirmación de quienes asistieron a sus clases: Morente tenía un enorme talento pedagógico. En efecto, la lectura de cualquiera de sus obras corrobora completamente esa impresión. Su libro sobre la filosofía de Kant combina el rigor, la amenidad y la claridad expositiva de un modo aparentemente fácil pero en el fondo sorprendente. Morente consigue en sus escritos, mediante el estilo y la ordenación de la materia, facilitar la comprensión y asimilación de asuntos hondos y complejos con la maestría de una tradición pedagógica de la que, lamentablemente, no se ve rastro alguno en nuestro tiempo.
JUAN FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA